Yolanda Arencibia
Directora de la Cátedra Pérez Galdós
Tal
día como hoy hace noventa y seis años murió en Madrid Benito Pérez Galdós. Como el año pasado, no quiero hacer un
panegírico del maestro sino compartir con el lector amigo su recuerdo desde la
realidad de hace un siglo, de 1916, cuando el escritor se enfrentaba a un nuevo
año incierto; como nosotros hoy.
Benito Pérez Galdós en 1919. |
El
recién estrenado 1916 (problemas físicos aparte, por inevitables) no debió
encontrar a un Galdós especialmente optimista. Tal vez el cielo de Madrid lucía
tan limpio como el de Gran Canaria hoy; pero es un sol que no calienta. Sale
muy poco de casa. Cuenta allí con el inalterable cariño de su sobrino don Pepino, con los cuidados de
Rafaelita y de los fieles Victoriano y Paco, con las visitas de pocos y buenos
amigos… Pero ya no están sus hermanas; eran mandonas y exigentes, ¡eso sí!,
pero atentas y cuidadosas para con él hasta sus últimos momentos; ¡siempre lo
trataron como a un niño grande! Y, por
si fuera poco, ya no puede visitar a su último amor, la “divina” Teo; tomar con
ella el chocolate conversando alrededor de la mesa camilla, acariciarle la
mano… Ni siquiera le escribe ya. La última carta fue del agosto pasado. Ella le
había mandado un dibujo muy bonito de una vendimia de su niñez; «Tiene todo el encanto de las indelebles impresiones
de la infancia ‒le había escrito él‒ recordadas y
escritas con mano de artista en la edad del completo desarrollo mental».
Eso es así; Teo y él están en ese momento; pero no lo entienden quienes creen que son demasiado viejos para verse. ¡Cuánto añora su calor! Por otro lado, su penuria económica hecha cuestión pública, le ha convertido en centro de una campaña de suscripción nacional. ¡Él, el escritor más importante, el más publicado, la mente más lúcida…! ¡¡Pero en qué se le ha ido tanto dinero como ha ganado!! Tampoco él se lo explica; pero la verdad es que nunca le importó mucho el dinero. Para colmo de males, esa maldita guerra europea se muestra cada vez más cruel, más sangrienta. Cuando estalló hace dos años, su amigo Pérez de Ayala trabajaba en el censo de sus obras para una publicación que le daría buenos réditos. «Yo creo ‒le escribió él entonces‒ que, a pesar de las arrogancias y bravatas de los alemanes, la guerra no ha de durar mucho, y debemos estar preparados para reanudar pronto la vida y con la vida el trabajo que nos alienta y vigoriza». ¡Qué iluso optimismo el suyo! No sólo la tarea está a medias sino, lo que es peor, la conflagración mundial va camino de consagrarse como una de las más sangrientas de la historia de la humanidad. Las guerras, ¡cuántos horrores! Todos ellas son fratricidas; lo sabe desde siempre. ¿No es verdad eso de que somos todos hermanos? Su capacidad mental, sin embargo, se mantiene en perfectas condiciones, ¡¡gracias a Dios!! Y puede dictar con mucha fluidez. No para de imaginar situaciones interesantes para propuestas actuales y atractivas cuando su sobrino cree que dormita. Afortunadamente, le dejan trabajar “algo y aún algos”, como le decía a Teo en la última carta; ¡ella se reiría al leerlo!! Pero Teo no le ha contestado. ¿Será que le han escondido la carta? ¡Bendito sea Dios! Le vigilan demasiado. No entienden nada.
Ese 1916, don Benito
pudo seguir demostrando que no se había parado la cuerda de su reloj. En el
próximo febrero, el día 2, Emilio Thuillier va a estrenar con éxito en el
teatro Lara su última obra, El
tacaño Salomón; es una comedia sobre el
tema preocupante de la economía, ¡de su economía! El eterno irónico sonreía
abiertamente: “¡A mal tiempo buena cara!” Con esa obra y otras suyas en el
repertorio, Thuillier va a iniciar gira por el sur de España; y él, ayudado de
su fiel Paco Menéndez, podrá desplazarse hasta Huelva para el estreno de la
obra en marzo. Algo molesto será el viaje; pero mucho disfrutará también. ¡Qué
éxitos! ¡¡Cuántos aplausos!!
Más cosas buenas esconde entre sus fechas este
1916. La revista La Esfera lo ha invitado a redactar sus Memorias. ¿Piensa alguien, tal vez, que
a estas alturas de su vida va a desvelar aspectos de su intimidad? Tal vez sólo
guía a la empresa emprender una aventura atractiva (y lucrativa) para ella y
para el memorialista. Desde luego que dictará esas memorias, que irán
apareciendo en trece entregas entre marzo y octubre. Serán unas perfectas Memorias
de un desmemoriado, porque en
ellas contará sólo lo que él quiera contar, sin demasiado apego a fechas y a
datos concretos. Su público las recibirá muy bien.
En el verano podrá
pasar unos meses en Santander, en su bonita casa de San Quintín que es
donde se siente más a gusto. Rubín lleva la huerta de maravilla; pero ya no es
como cuando estaba él allí casi todo el año. Los frutales se defienden mejor;
pero las hortalizas no son lo que eran. La verdad es que casi nada es ahora lo
que era. “Adelante, siempre adelante”, se dice con energía, recordando con una
sonrisa cómplice al Teodoro Golfín que inventó para Marianela.
Marianela, por cierto. Será su última alegría de este año;
la mayor, sin duda. Por fin va a representarse la versión para el teatro con la
que siempre soñó. Se la había encargado a Fernández Shaw, a Valle Inclán…; por
fin la habían hecho los hermanos Quintero. No se había atrevido a hacerla él
mismo, ¡le tocaba el tema tan de cerca! Concibió a aquella muchachita
desgraciada que muere de amor, pensando en la mártir real de sus utopías de
joven, la prima Sisita, su primero y gran amor, a quien tocó la peor parte del
choque con la realidad. Nunca ha podido olvidar aquello. Todavía le duele.
Cuando asistió al ensayo y en la última escena vio llorar
a la gran Margarita Xirgu que extendía la mano al exciego Pablo de sus amores,
no pudo evitar llorar con ella: «Nela, mi Nela», exclamó entre lágrimas. “Cosas
de viejo”, pensaron todos. Cosa de los recuerdos del alma, que no mueren nunca.
Firme en la brecha seguirá don Benito cuando termine
2016. Aún habrán de subir y caer sus ilusiones con motivo del frustrado Nobel
que le mantendrá en vilo durante 1917. Aún llevará un drama a la escena en
1918. Pero ya casi nada es lo que era.
Sigue
“siendo”, sin embargo, la firmeza de nuestra evocación de don Benito; que
queremos concluir repitiendo el párrafo del año pasado. Tal día como hoy,
cuatro de enero, hace noventa y seis años murió en Madrid Benito Pérez Galdós.
Los genios, sin embargo, no mueren.
Revive Galdós con nosotros cada vez que, releyéndolo, levantamos la
vista para pensar; o cuando anotamos detalles sobre los qué, los cómos y los
porqués de sus páginas; o cuando lo sentamos junto a nuestra mesa para
conversar con él sobre tantas y tantas cuestiones, que fueron de ayer y que
siguen siendo de hoy.
Entierro de Pérez Galdós. Madrid, 5 de enero de 1920. |
Este artículo fue publicado en La Provincia/Diario de Las Palmas, lunes 4 de enero de 2016.
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