martes, 28 de junio de 2016

Pérez Galdós y la música, de Pedro Schlueter


Texto leído Pedro Schlueter en la presentación de su libro Pérez Galdós y la música, efectuada en la Casa-Museo Pérez Galdós el 15 de marzo de 2016, tras las palabras pronunciadas por la directora de la Casa-Museo y Fernando Redondo Rodríguez.

     Pedro Schlueter
    
      Señoras y señores, muy buenas noches:
      Antes que nada, quisiera agradecer las palabras que, tanto la directora de esta Casa-Museo como Fernando Redondo Rodríguez, han tenido tanto para el libro Pérez Galdós y la música, editado por “Clave Intelectual” de Madrid, así como para conmigo.
      Independientemente de otros motivos, estoy aquí para tratar de convencerlos de los mil y un aspectos por los que creo que este título es no sólo novedoso, sino que viene a llevar el gran vacío que existía sobre la musicalidad que siempre adornó tanto la figura de don Benito Pérez Galdós como de su obra.


      Toda exposición debe tener un principio en la que sustentarse y, para ésta, no he encontrado otra mejor que declarar la afición que, desde muy pequeño, he sentido por la música clásica. Ha sido como la fuerte dependencia para con una droga compuesta de sostenidos y bemoles, blancas y negras, corcheas y semi corcheas, que han marcado más de un paso en mi vida –de los que no voy a hablar, como es natural–, pero
sí de una de sus consecuencias últimas; o mejor, de la última: un trabajo que comencé hace ya más de treinta año, encaminado a recopilar la producción musical de músicos no canarios que habían compuesto para este archipiélago, y para el que he logrado reunir más de un centenar de compositores que arrancan desde el siglo XVIII hasta nuestros días. Su título: Primer ensayo de diccionario de compositores foráneos que han compuesto para las Islas Canarias.
      En uno de los apartados de este trabajo, y ante los hallazgos cada vez más numerosos e importantes que se iban produciendo, me vi obligado a prestar especial atención a las partituras inspiradas sobre los textos literarios de más de un autor de las islas. Fue el capítulo dedicado a Pérez Galdós el que, desde un primer instante, empezó a tomar grandes proporciones, hasta que no tuve otro remedio que sacarlo del contexto de la investigación y dedicarle tratamiento particular, que es el que ha conducido a este libro.
      El texto de éste ha tenido varias redacciones, siendo la última la que llega a ustedes a través de este ejemplar publicado por la editorial Clave Intelectual de Madrid. Una editorial que no sólo creyó en mi trabajo desde un primer momento, sino que supo respaldarlo como no pensé que lo hiciera nadie. A la responsable de la editorial, Lourdes Lucía, mi eterno agradecimiento.

      En referencia al campo galdosiano, mi punto de arranque no fue otro que preguntarme por qué don Benito mostraba en sus obras aquella especial predilección por la música. Había muchos casos y muy notales, pero pronto sentí especial atracción por el que voy a hacer mención. Se encuentra en el primer capítulo de su novela Marianela, obra publicada en 1878. Pérez Galdós contaba por entonces treinta y cinco años.
… El discreto Golfín se sentó tranquilamente, como podría haberlo hecho en el banco de un paseo, y ya se disponía a fumar, cuando sintió una voz… sí, indudablemente era una voz humana que lejos sonaba, un quejido patético, mejor dicho, melancólico canto, formado de una solo frase, cuya última cadencia se prolongaba apianándose en las forma que los músicos llaman “morendo”, y que se apagaba al fin en el plácido silencio de la noche, sin que el oído pudiera apreciar su vibración postrera.
Vamos –dijo el viajero lleno de gozo–, humanidad tenemos. Ese es el canto de una muchacha; sí, es voz de mujer, y voz preciosísima. Me gusta la música popular de este país. Ahora calla… Oigamos, que pronto ha de volver a empezar… Ya, ya suena otra vez. ¡Qué voz tan bella, qué melodía tan conmovedora! Creeríase que sale de las profundidades de la tierra, y que el Sr. de Golfín, el hombre más serio y menos supersticioso del mundo, va a andar en tratos ahora con los silfos, ondinas, gnomos, hadas y toda la chusma emparentadas con la loca de la casa… pero si no me engaña el oído, la voz se aleja… La graciosa cantadora se va. ¡Eh, niña, aguarda, detén el paso!…
      La afición que mostraba Pérez Galdós por la música debía tener un origen. Un comienzo que me sentía llamado a buscar al encontrarme en Las Palmas de Gran Canaria, la misma ciudad en donde había nacido el autor Marianela y de los Episodios Nacionales… Así que comencé a indagar.
      Entre la variada documentación que se conserva en la Casa-Museo del novelista, además de otros textos de los que me auxilié, fui consciente de que en su casa natal se respiraba música a cuenta de la existencia de un piano y que, al menos, una de las hermanas de Galdós – él era el décimo y último hijo del matrimonio formado por don Sebastián Pérez Macías y doña María Dolores Galdós y Medina – había tomado clases de este instrumento en el domicilio familiar.
      Por otro lado, en torno a esa su primera decena de año, el chico Benito había acudido a la clase de música en su centro de estudios: el colegio de San Agustín. Su profesor, el historiador, músico y notario Agustín Millares Torres, pasado el tiempo, no conseguía recordarlo, probablemente a causa de la timidez que lo caracterizó durante sus primeros años. Y no conseguía traerlo a la memoria, pese a que don Benito, con el paso del tiempo, se sentaría ante el teclado e interpretaría el “andante” de la Sonata nº 28 para piano de Beethoven.
     En definitiva, el aprendizaje musical de Pérez Galdós en la ciudad que lo vio nacer fue lo suficientemente importante como para crear en él toda una importante cultura musical, que es la que va a poner en práctica al ir a estudiar a la universidad madrileña. (De todo esto doy cuenta en el primer capítulo del libro, haciendo hincapié en determinados hechos que son los que me han llevado a pensar que esa formación musical, si no especial, al menos produjo excelentes e insospechados resultados en el joven.)
     Benito Pérez Galdós tiene diecinueve años cuando llega a Madrid. (Así doy comienzo al segundo de los capítulos.) Galdós, mejor que nadie, narra ese momento en sus Memorias de un desmemoriado:
… mis padres me mandaron a Madrid a estudiar Derecho, y vine a esta Corte y entré en la Universidad, donde me distinguí por los frecuentes novillos que hacía… Escapándome de las cátedras, ganduleaba por las calles, plazas y callejuelas, gozando en observar la vida bulliciosa de esta ingente y abigarrada capital. Mi vocación literaria se iniciaba con el prurito dramático, y si mis días se me iban en flanear por las calles, invertía parte de las noches en emborronar dramas y comedias. Frecuentaba el Teatro Real y un café de la Puerta del Sol, donde se reunía buen golpe de mis paisanos.
     Para estudiar este momento, recurro repetidamente a un autor que trató muy acertadamente a Galdós en sus escritos. Me refiero a José Pérez Vidal, que publicó dos interesantes textos sobre don Benito. De uno de ellos tomo la siguiente cita, que se complementa con el texto galdosiano recién expuesto. Dice así:
Benito debió ser, desde su llegada a la corte, uno de aquellos abonados al paraíso de que, con el tiempo, había de hablar en “Miau” – título que publicaría Galdós en 1888 –. El paraíso del Real fue para Benito la más alta y eficaz cátedra de música. Los beneméritos y tenaces dilettanti que integraba su público, constituían un archivo crítico de las óperas cantadas desde la inauguración del teatro y de los artistas que en las gloriosas tablas se habían sucedido.
     Lo cierto es que con la base musical traída de su ciudad natal y los frutos obtenidos de esos primeros paseos por la capital madrileña como él ha descrito, el joven irrumpe en el periodismo y, más concretamente, en la crítica musical del rotativo madrileño La Nación. Llamó la atención sobre el hecho de que sólo han transcurrido tres años desde su llegada a Madrid y las crónicas galdosianas aparecen ya en la portada del periódico. Su cultura musical es lo suficientemente amplia como para ejercer de crítico y lo corrobora, entre otros detalles, el conjunto de títulos musicales en francés que posee en su biblioteca; algunos, dedicados a la propia crítica.
     También deseo llamar la atención sobre el detalle de que todo esto sucede en 1865 y que su primera novela –La fontana de oro– aparecerá cinco años más tarde. ¿Piensa Galdós que su meta está en lo musical? Para que esa posibilidad sea todavía mucho más real, escribe en ese mismo año un relato –para mí el más importante del autor relacionado con la música– que titula Una industria que vive de la muerte. Episodio musical del cólera. Lo reservo como final de esta intervención, a cuenta de la extraordinaria sensibilidad que muestra don Benito para con la música.


     Cuando inicio el tercer capítulo de Pérez Galdós y la música se ha producido un salto de veinte años. No soy consciente de la existencia de materia musical lo suficientemente relevante durante esa veintena de años. A partir de este capítulo y hasta el 21 inclusive, el hilo narrativo del texto está marcado por la abundante correspondencia que mantiene Pérez Galdós con muchos personajes de su tiempo. Las cartas que he transcrito superan el centenar, y vienen a ilustrar con variados y múltiples detalles el relato musical que me propuesto como leitmotiv de sus páginas.
     Entre esos detalles se encuentran las preferencias musicales de don Benito y la música que interpretaba. Porque Galdós no sólo llegó a ser intérprete en veladas que organizaba en su domicilio, sino copista de partituras, aunque él se restaba méritos cuando se describía, en unión de uno de sus sobrinos, como unos virtuosos formidables y latosos… En una de sus cartas, comenta:
Tengo el harmonium en casa, y hemos afinado el piano concertándolo con el órgano. No le quiero a usted decir los conciertos que damos, para recreo de nosotros mismos y desesperación de la vecindad: tocamos, digo, degollamos, el andante del septeto de Beethoven y el larguetto del quinteto de Mozart. También, en harmonium solo, descuartizamos con alevosía y ensañamiento al buen Pergolesi, a Gluck, Händel… Desde luego está usted invitado a nuestras serenatas clásicas.
      Hay un detalle que marca especialmente los gustos musicales de Pérez Galdós y es la atracción que siempre experimentó por la música de Beethoven. Incluso llegó a hacer un dibujo sobre el músico alemán, que puede contemplarse en este museo. Don Benito llegó a escribir sobre Ludwig van Beethoven:
... Él trabajó para los demás y creó el arte de sus sucesores. Elevando la sinfonía a un mayor esplendor y dándole todo el desarrollo posible, dejó en ella los gérmenes de la composición dramática en todos sus matices. Su gran “Septeto” es, a mi parecer, la cúspide de la inspiración musical y el punto más alto a que puede llegar entre los humanos la interpretación o la adivinación de lo divino.
      Continuando con el contenido que va de los capítulos 3 al 21, entre 1885 y 1920 –año este último en que fallece Pérez Galdós– se pueden leer interesantísimos aspectos musicales relacionados con el autor grancanario. Aspectos que arrancan desde algunas críticas musicales que todavía realiza Galdós, pasando por el importante estreno de su ópera Zaragoza, hasta concluir con el proyecto musical sobre el texto de Marianela, ópera del compositor catalán Jaime Pahissa.
Lo que el lector va a encontrar en esta parte muy amplia del libro son, entre otros, los primeros intentos de llevar la novela Gloria al campo operístico de la mano de Ruperto Chapí. Un compositor que será de obligada referencia para el novelista en todo lo concerniente a la música, así como para los proyectos musicales que van a producirse sobre otros títulos galdosianos: Doña Perfecta, el episodio Un voluntario realista, etc. Proyectos que no llegarán a buen fin, salvo tres de ellos: una adaptación de Marianela del compositor mallorquín Pedro Miguel Marqués, la zarzuela El equipaje del rey José con música de Chapí y la ópera Zaragoza del compositor navarro Arturo Lapuerta; un músico que, por sí solo, constituye un curioso caso a cuenta de la complicada personalidad que deja traslucir a través de sus cartas. Al recordarlo, no puedo por menos de sonreírme: como cuando relata a Galdós que por poner música a una de sus obras ha adelantado su boda.
     Pero si los proyectos triplican a los estrenos reales, quizá uno de los méritos de este libro sea recoger todas y cada una de las parodias musicales elaboradas sobre algunos estrenos galdosianos; piezas que, hoy en día, duermen en el más profundo olvido. A modo de ejemplo, sobre la comedia La de San Quintín, se realizaron tres parodias; una de ellas es La del capotín. Y por lo que respecta al drama Electra, la titulada ¡Alerta! Las críticas de la prensa que reproduzco hablan a las mil maravillas de todo ese género, del que Galdós, como cualquier otro autor de la época, no se pudo librar.
      Por lo que respecta al capítulo literario, verán desfilar a Valle Inclán, a Benavente, a los hermanos Álvarez Quintero, a críticos, libretistas, empresarios, actores y actrices, y otros muchos personajes que les sorprenderán por las circunstancias en que aparecen dentro de este diario musical, que es como me gusta llamar a este título.
      La parte final del Pérez Galdós y la música está dedicada a la producción musical sobre la obra del literato producida tras su muerte. Abarca de los capítulos 22 al 27. Prácticamente están monopolizados por la novela Marianela, a la que ponen música tres compositores: el catalán Jaime Pahissa, el desconocido puertorriqueño Manuel B. González y el también desconocido Jesús Romo Raventós, nacido en Logroño. Los dos primeros estrenan sus óperas, mientras que la zarzuela del último no ha logrado subir a los escenarios.
      Grosso modo, esto es lo que se puede hallar en el libro publicado por la editorial Clave Intelectual de Madrid. Existen otros muchos detalles que, aunque por no citados, no dejan de ser importantes.
      Como cierre de esta presentación, me van a permitir que retroceda al año 1865, instante en que Pérez Galdós escribe el relato Una industria que vive de la muerte. Episodio musical del cólera. Con parte de su contenido quisiera convencerlos sobre el gran músico que había en don Benito. Para ello, recomiendo que el lector de estas líneas tome el libro que se presenta y empiece a leer a partir de la página 52. Estoy seguro que no se sentirá defraudado.
     Pedro Schlueter






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